A diferencia de Venezuela, Bolivia ha logrado la redistribución de los ingresos petroleros.
“Venezuela demuestra que el socialismo siempre fracasa” es quizás una de las reacciones más comunes y menos interesantes al colapso de ese país en el caos económico y político.
Sin duda, el izquierdismo radical acompañado de una intervención masiva del estado en la economía tiene un historial terrible en América Latina, y de hecho en otras partes. Sin embargo, si esto constituye la totalidad del “socialismo” — dada la prevalencia de los exitosos partidos socialistas de centroizquierda en Europa occidental — es altamente tendencioso.
Más interesante es si los gobiernos redistributivos progresistas pueden tener éxito en países pobres marcados por una profunda desigualdad. Esto se aplica particularmente a los países ricos en minerales y por lo tanto vulnerables a la “maldición de los recursos” que desestabiliza sus economías y envenena su política.
Venezuela muestra lo que sucede cuando todo sale mal. Poseer las mayores reservas probadas de petróleo del mundo durante la década de los altos precios globales de los hidrocarburos después de 2005 les dio al ex presidente Hugo Chávez y a su sucesor Nicolás Maduro mucha cuerda para estrangular a su país. Es cierto que el gasto social aumentó, pero el dinero fue despilfarrado con enorme ineficiencia y los precios del petróleo no pudieron desafiar la gravedad para siempre.
Mientras tanto, se nacionalizaron cientos de compañías y a menudo fueron quebradas por los compinches del régimen. Se utilizaron tipos de cambio múltiples para distribuir divisas a beneficiarios favorecidos, floreció un mercado negro de divisas y se derrumbó el funcionamiento básico de la economía.
Mientras tanto, Bolivia, otro país sudamericano mucho más pobre, ha demostrado que es perfectamente posible utilizar los ingresos del petróleo y del gas para lograr una redistribución a gran escala. A pesar de su retórica revolucionaria, en los 11 años que Evo Morales ha fungido como presidente de Bolivia, ha conseguido reducir la pobreza en el país en un tercio manteniendo la estabilidad económica.
El Sr. Morales es uno de los pocos presidentes del mundo que critica fervientemente las desigualdades del capitalismo global, mientras recibe aplausos regularmente del Fondo Monetario Internacional. Al igual que el Sr. Chávez, ha aumentado el gasto social, aunque no siempre con eficiencia. A diferencia de Venezuela, Bolivia ha mantenido reservas fiscales, amortiguando el gasto público de las caídas en el precio del petróleo y del gas.
Aunque el resto de la economía sigue subdesarrollada, el gobierno del Sr. Morales se ha mostrado reacio a nacionalizar las empresas privadas, incluidas las de inversionistas extranjeros; y la moneda se ha vinculado al dólar a una tasa razonablemente competitiva con la libre circulación de capitales.
El punto no es que el Sr. Morales sea un mago tecnocrático que ha inventado una forma inaudita de gestión de los recursos naturales. Sino que ha logrado evitar que un país rico en minerales se convierta en una batalla campal por el botín.
Durante más de medio siglo, Botsuana ha seguido una estrategia similar en África subsahariana usando su riqueza en diamantes. No está claro si esto puede durar en Bolivia. Hay razones serias para preocuparse por la situación política, incluyendo los planes del Sr. Morales de ignorar un referéndum que le impide buscar un cuarto mandato, y además algunos casos de corrupción de gran repercusión mediática.
Pero, desde el punto de vista económico, no hay ninguna razón particular para que el modelo redistributivo de Bolivia, se llame o no socialismo, tenga que colapsar. Es cierto que si los bajos precios del petróleo persisten, habrá que recortar el gasto gubernamental y Bolivia necesitará encontrar otras fuentes de crecimiento para continuar el proceso de reducción de la pobreza. Pero las reservas que se han construido implican que esto se puede hacer gradualmente.
Venezuela es un ejemplo de lo que sucede cuando un corrupto y canalla régimen socialista se apodera de los ingresos del petróleo y luego destruye la economía. Pero no quiere decir que la redistribución del ingreso a gran escala en un estado con recursos naturales debe necesariamente terminar en un desastre.
Por Alan Beattie (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved.